lunes, 28 de junio de 2010

EL VACIE






LA IDEA

La idea surge en una reunión en la antigua sala de TNT, antes de empezar las obras del Teatro donde nos encontramos actualmente, cuando todavía trabajábamos en la calle Curtidurías. Queríamos ampliar redes, trabajar en otras direcciones desde el teatro, situar la mirada en otros horizontes. No pensábamos en la formación de actores, sino en la necesidad de acercarnos con y desde el teatro a otros sectores de la población al que podemos etiquetar de marginales o marginados. Cada uno de los actores teníamos la posibilidad de hacer proyectos para trabajar con diferentes grupos sociales. De ahí surgieron talleres como el impartido por Marga Reyes con “mujeres-amas de casa”, y dejamos abierta la posibilidad de desarrollar todas las ideas que surgieron en esa mesa abierta una vez que contáramos con un espacio mayor como iba a ser el teatro donde nos encontrarnos ahora.

Esta idea no surge de la nada, sino de la necesidad de poner la experiencia de cada uno de nosotros en un nuevo camino. Los impulsos de acción que nos mueven a cada uno de nosotros, nuestra iniciativa más personal, estaba ahora apoyada por nuestro director y por nuestra nueva ubicación en el edificio y las instalaciones donde trabajamos ahora.
Las iniciativas e inquietudes de cada uno de nosotros no podían llegar a desarrollarse sin el planteamiento que acabábamos de hacer.
Somos un grupo estable en el que el compromiso es el de estar al cien por cien comprometido con el trabajo ligado siempre a los proyectos de Atalaya-TNT, era necesario que se abrieran nuevas puertas para los actores que llevábamos más de diez años trabajando juntos .Y ahora teníamos unas circunstancias externas que hacían que nos planteáramos nuevas opciones. El nuevo espacio dispondría de aulas, patio, salas, teatro, camerinos, biblioteca, cocina,… y una situación en una zona que dejaba de ser céntrica y se acercaba mas a la gente de los barrios y en esta ocasión de una forma mas que directa a la población chabolista de el Vacie. Ese era uno de los puntos que tratamos en la reunión, y con el que me comprometí a trabajar cuando llegara el momento.


Un doble empuje, un motor interno y otro externo con el que movernos, nuestra necesidad de acercarnos con el teatro y desde el teatro, y la cercanía física de una población virgen, marginal, y deseoso de traspasar fronteras y superar nuevas metas como es la gente del Vacie.
No hay que ir muy lejos cuando queremos ver una población que parece sacada de una parte del amazonas y puesta por arte de magia en una ciudad. Y estoy hablando de El Vacie.
La posibilidad de abrir el teatro para las mujeres y los niños era un punto muy atractivo y a la vez desconocido.


Lo primero era tomar contacto con la población de El Vacie. Isabel Garrucho (Delegación de Bienestar Social ) fue la persona con la que comenzamos las visitas por las chabolas conociendo una por una a las mujeres, sus maridos, niños y demás familiares. Lo mas fácil para nosotros era señalar el edificio gris que se situaba detrás de la rotonda de El Vacie, “Ese es el Teatro, a escasos metros de las chabolas estamos nosotros, allí haremos los talleres para mujeres y niños”. Este fue un punto importante y creo que la clave del éxito de los talleres entre otras cosas se debe a la cercanía física con el Vacie. Las mujeres tenían la oportunidad de salir de sus chabolas y poder entrar en un teatro caminando solamente por un par de minutos. Podían salir de su vida cotidiana y entrar en un nuevo espacio rápidamente.



Al caminar por las calles de el Vacie y ver las condiciones en las que viven allí las familias y las necesidades que tenían que cubrir día tras día, las preguntas y nuevas reflexiones eran inevitables. ¿Qué vamos a hacer? ¿Para qué? No es que no lo supiéramos, teníamos claro qué es lo que queríamos hacer, abrir las puertas de los talleres a mujeres y niños de esta población, pero ahora el sentido de la pregunta tomaba otras dimensiones, y me volvía a repetir. “¿Qué vamos a hacer?¿Para qué?”
Cada vez que invitaba a una de las mujeres a participar en el taller de teatro yo misma me devolvía la pregunta que ellas me hacían. ¿Para qué? Curiosamente alguno de los maridos respondían a esta pregunta: “Para salir de aquí un par de horas, ¿tienes algo mejor que hacer?” Las responsabilidades de cualquier ama de casa y madre las conocemos y las hemos vivido todos en nuestros hogares, pero estas mujeres viven un día a día inimaginable para nosotros que estamos acostumbrados a contar con un sueldo fijo y con una concepción muy diferente de lo que significa “el tiempo” y “la organización”, el “aprendizaje, la cultura y el ocio”.

Isabel nos comentaba a Ricardo y a mí todo lo que se está haciendo con esta población, desde el “servicio despertador” (que consiste en ir chabola por chabola despertando a los niños para que vayan al colegio y avisando a sus madres), los talleres de costura, los talleres de lectura, de deporte, etc.…Todo con una finalidad pragmática, y de nuevo volvía a preguntarme, ¿Qué tiene de pragmático un taller de teatro? Yo me había ofrecido voluntaria entre mis compañeros actores para llevar a cabo estos talleres junto con mi hermana, Marta Garzón que ya tenía su experiencia como pedagoga con adolescentes, a quienes había ayudado a prepararse para moverse con un mínimo de auto criterio y responsabilidad en el ámbito laboral. Al charlar abiertamente con cada una de estas mujeres y siempre partiendo de la base de la honestidad mi respuesta se reducía a un solo principio: Esto es lo que sé hacer, a esto es a lo que me dedico, yo hago teatro, y esto como persona es lo que puedo compartir con vosotros. Esta era siempre mi respuesta. “Ven, un día, pruébalo, y si te gusta, quédate en el taller”. No nos habíamos planteado una remuneración para los participantes de los talleres. Sabíamos que los talleres de desempleo funcionaban así, y que si no sacaban algo a cambio, ( por ejemplo en el taller de costura podían crear su propia ropa),¿qué iban a sacar del teatro?
La diversión debía estar asegurada, no eran actrices, no querían aprender nuevas técnicas de interpretación. Y así fue, nos divertimos, y aunque no lo sabían, estaban aprendiendo, y aunque no lo sabían, nos estaban enseñando.


En principio contábamos con el fracaso como resultado más inmediato, sabíamos que no tendrían la motivación monetaria como finalidad como se planteaba en algunos talleres. Pero por eso mismo teníamos como objetivo el disfrute inmediato. Esa era la recompensa que podían entender estas mujeres que abandonaban su vida de chabolistas por un par de horas a la semana. Hacerlas soñar, desconectar jugar de nuevo como niñas y olvidarse por un momento de las circunstancias tan opresivas que las condenan a tener ese tipo de vida.
Fueron llegando a los talleres mas y mas mujeres, mas y mas niños.
La sorpresa fue que a pesar de nuestros prejuicios estas mujeres tenían unas ganas tremendas de hacer cosas nuevas, de salir del entorno que las rodeaban que las condicionaban, conocerse a ellas mismas en otro espacio en otras circunstancias junto con sus amigas vecinas y familiares, estar en otro espacio tan cercano a las chabolas y tan lejano a la vez. Poder proyectar en una tarima sus propios miedos y sus propios sueños y deseos Querer salir, querer expresarse, querer jugar a ser otro, otros, a ser ellas mismas en otras circunstancias, a ser por fin ellas mismas.
Y de repente me ví frente a un grupo de mujeres que lejos de querer ir a los talleres de teatro a cambio de un sueldo, de una compensación económica querían trabajar en serio, repetir escena por escena juego tras juego.
Por ese año yo estudiaba imagen y sonido y me pareció encontrar en las grabaciones con cámara, con la excusa de grabar una historia teatral y llegar a repetir las escenas hasta quedar perfectas, la manera de que aprendieran a aprender a repetir, como se hace en el teatro. Con la excusa de un medio mas cercano a ellas como puede ser la TV comenzaron a entender que el trabajo de la repetición era necesario.
La sorpresa fue que estas mujeres no dejaban por ello de ser espontáneas naturales y enérgicas.

Sorprendente fueron los primeros encuentros en los juegos teatrales donde me encontré con una Medea, una Julieta, una Madre Coraje y cientos y cientos de personajes vivos que habitaban en las pieles, en la respiración y en la mirada de estas mujeres. Tanto fue así que un día en el que teníamos preparados unos juegos teatrales con diferentes personajes llamé a Ricardo para que viera el trabajo y nuestra opinión coincidía en un mismo punto: La presencia. Algunas de ellas llenaban el escenario sin apenas tener que hacer nada. El trabajo más difícil para el actor. Algo que se consigue después de muchas tablas, y de años y años de trabajo, y ellas lo tenían de forma natural.

A veces me quedaba sentada observándolas como actriz y no podía creer lo que estaba viendo, tenía mucho que aprender. La espontaneidad, la capacidad de entrega, de juego, de vivir el presente, la generosidad, la verdad, el riesgo, el llevarlo todo a lo lejos, al máximo desarrollo de las posibilidades, la capacidad de auto-sorpresa, la iniciativa a la hora de proponer, y un largo etcétera de sensaciones que no pueden expresarse con palabras.

A la misma vez en el aula que comunica con la sala donde trabajaba con las mujeres, Marta Garzón se encargaba de impartir los juegos en los talleres con los niños de estas mujeres. Habría sido imposible trabajar con ellas si no asistían cada una con sus niños más pequeños. El caos que se originaba en el aula con los niños era inevitable, hasta que poco a poco la organización aparecía por si sola y de manera natural. A veces los juegos entretenían a los niños y a veces estallaba una explosión de llantos en los más pequeños, pero con la libertad de poder entrar en la sala donde estaban sus madres, tanto fue así que al final los niños hacían de público en las gradas viendo como sus madres se disfrazaban y desarrollaban sus escenas.

A mitad de la tarde hacíamos una pausa, una merienda, las madres nos ayudaban a organizar el espacio, a veces en el patio a veces dentro de la misma sala, preparábamos el café, repartíamos los pasteles, los niños aparecían pintados, disfrazados o con el último dibujo que habían hecho para enseñárselo a sus madres, las mujeres a veces seguían con las improvisaciones y las canciones en la merienda , el ambiente que se respiraba era festivo y siempre alegre. Y lo más importante es que empezaban a hacer suyo el espacio.
Tanto fue así que empezaron a asistir a las representaciones en nuestro teatro. Empezando nada más y nada menos por la asistencia a Divinas Palabras que poníamos en escena los actores de Atalaya. Era un público virgen pero con los sentidos tan abiertos que no tenían problema en recibir un lenguaje tan complejo como lo es el de Valle Inclán apoyado en las acciones y personajes tan esperpénticos como lo es la propuesta de el lenguaje de Atalaya en este montaje. Algunas de ellas volvieron al día siguiente con sus maridos para ver la obra de nuevo. Lo mismo hicieron con Medea (Atalaya) y con otros montajes que pasaron el Teatro.

Al terminar el primer taller y reunirme de nuevo con Ricardo para intercambiar impresiones le comenté la necesidad de estas mujeres de repetir taller. Esta vez querían empezar directamente por un “montaje serio”, como pedían algunas de ellas. Y me parecía viable, ya que en los últimos días habíamos repetido una misma historia para filmar y habían aprendido a limpiar sus acciones y ser precisas en su ejecución.
Ricardo estaba de acuerdo y pensó en repetir taller y hacer un montaje con alguna de ellas contando con una dirección como lo fue la de Pepa Gamboa. Y es ahí donde entramos en la loca historia de el montaje de “La casa de Bernarda Alba”. Una historia que pensábamos que no iba a traspasar la frontera de nuestro teatro y nuestro barrio. De nuevo nos equivocamos, y ahí están, de gira por los teatros de toda España y con varios premios a sus espaldas. Un premio merecido para estas mujeres que solo pensaban en salir un par de horas de sus chabolas. Pero dicen los aborígenes australianos, que todo ser humano es un artista. Y yo creo que solo hace falta una chispa casual para que cada uno nos encontremos con ello.